«El árbol que no sabía quien era.»

21 de marzo de 2019
CATEGORÍA: Artículos

Comparto contigo este precioso cuento, y te invito desde aquí a buscar en tu interior , a conocerte a ti mismo , en definitiva a encontrar tu para qué. Una poderosa y a la vez sencilla herramienta que  puede ayudarte en este camino es sin duda la Técnica Metamórfica.

Había una vez, algún lugar que podría ser cualquier lugar, y en un tiempo que podría ser cualquier tiempo, un hermoso jardín, con manzanos, naranjos, perales y bellísimos rosales, todos ellos eran felices y estaban satisfechos. Todo era alegría en el jardín, excepto por un árbol profundamente triste. El pobre tenía un problema: No sabía quién era, ni para qué estaba ahí. «Lo que te falta es concentración», le decía el manzano. «Si realmente lo intentas, podrías tener sabrosas manzanas. ¿Ves que fácil es?» Y le enseñaba sus atractivas manzanas. 
«No lo escuches», le exigía el rosal. «Es más sencillo tener rosas ¿Ves que bellas son?». «Pero mis naranjas son más sabrosas», añadía el naranjo. Y el árbol desesperado, intentaba todo lo que le sugerían, y como no lograba ser como los demás, se sentía cada vez más frustrado. Un día llegó hasta el jardín el búho, la más sabia de las aves, y al ver la desesperación del árbol, exclamó: «No te preocupes, tu problema no es tan raro, ni tan grave. Es el mismo de muchísimos seres sobre la tierra. Yo te daré la solución: No dediques tu vida a ser como los demás quieran que seas… Sé tu mismo, conócete, y para lograrlo, escucha tu voz interior». Y dicho esto, el búho desapareció. 
«¿Mi voz interior…? ¿Ser yo mismo…? ¿Conocerme…?» Se preguntaba el árbol desesperado, cuando de pronto, comprendió… Y cerrando los ojos y los oídos, abrió el corazón, y por fin pudo escuchar su voz interior diciéndole: «Tú jamás darás manzanas porque no eres un manzano, ni florecerás cada primavera porque no eres un rosal. Eres un roble, y tu destino es crecer grande y majestuoso. Dar cobijo a las aves, sombra a los viajeros, belleza al paisaje… Tienes una misión. ¡Cúmplela!». Y el árbol se sintió fuerte y seguro de sí mismo y se dispuso a ser todo aquello para lo cual estaba destinado. Así, pronto llenó su espacio y fue admirado y respetado por todos. Y sólo entonces el jardín completo fue plenamente feliz. 

 

 

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